En el devenir de la proyección de recipientes arquitectónicos y venderlos mientras son intangibles, las palabras; cual abogado del diablo complementan el formato instructivo de las plantas, secciones y alzados. También irrumpe en el diálogo la primitiva tentación de dibujar en el aire, moldearlo como si fuese un gel transparente, trocearlo como lo hiciere con su batuta un ya sordo Ludwig Van Beethoven, o navegarlo rítmicamente, con todo el físico posible, como lo hicieran los bailarines Fred Astaire junto con Eleanor Powell. Se me ocurre que talvez la cinemática subyacente entre imágenes, no sea necesaria para decodificar el mensaje original de Frank Lloyd Wright en estos cuadros-clave. Dentro del umbral de la incertidumbre se lee entre lineas la evolución del balbuceo, apelar a recursos dinámicos creativos para relatar una historia en desarrollo que protagoniza una entidad inmóvil, importada directamente desde el subconsciente a las extremidades sin recurrir a la comodidad del gráfico. De buena fuente sabemos que las palabras indefectiblemente se esfumarán ante lo que designan.
Que esa sintaxis gesto-espacial lograse ser íntegra y legible a la percepción del destinatario, lejos de ser un sortilegio, sería un manifiesto de la más pura inteligencia.
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