Aug 27, 2015

Espacio público, íntimo.

Un tipo con un Belmont encendido recorre lentamente la calle, cambia la luz del semáforo, éste no se percata, no le interesa hacerlo, no cambia la velocidad en su caminar. Pero tampoco hace el más mínimo efecto una casi inaudible trapatiesta de conductores enardecidos con la mano empotrada en el claxon vociferando maldiciones sobre su madre.
El espacio privado, esa efectiva materialización de ese tan nombrado círculo de seguridad. Las facilidades de postrarse frente a este tan perfeccionado negocio del entretenimiento en televisión o embeberse en monitores de tres ó dieciséis pulgadas. En fin, las viviendas y sus gadgets están orientados a atrapar a los habitantes en sus casas; una especie melifluo tugurio lúdico para no salir más de lo necesario. La calle es sinónimo de selva, inseguridad, potencial daño a la integridad física.
Hay una honestidad singular en la calle y sus gentes, la verdadera arquitectura sucede en los bordes de esta, la calle no es apéndice, es la casa que está asentada junto a la linealidad de ese pavimento que recorremos, no tiene las elaboradas geometrías del campidoglio pero en este se reconstruye la historia de la ciudad a cada minuto. Hitler aseguraba que los monumentos destruirían la identidad de la ciudad, se equivocó, eran sus arterias a partir de las cuales de reerigieron las ciudades, cambiamos adoquín por asfalto y esto puede en términos de relevancia temporal equivaler al maquillaje facial. Cual liliputienses, reenfocamos los ojos, con las herramientas de percepción entendiendo señales para la comprensión del espacio circundante, buscando patrones en el piso al caminar, la fetidez, lo absurdo de dar la vuelta ante la irrupción de un árbol o una reunión de ebrios en el andén, una moneda tirada es compendio de historia de otro. Deslizar los pies en en andén o acelerar en el vehículo al morir de esta tarde, pueden ser experiencias tan distintas como enriquecedoras para quien vive el espacio público como propio.
Admiro al tipo del cigarro, y a mujeres que me evocan a Shara Nelson en este video, porque de ellos, de los que altivos constituyen la argamasa social es el reino de la calle. Los urbanistas no tienen la más mínima idea.

Aug 10, 2015

Taller de Diseño

Aún a las tres de la mañana, asomarse a las mesas de trabajo a inspeccionar lo que hace el otro es singular fenómeno del aprendizaje de la Arquitectura a través de la búsqueda ajena. Un ritual que subsiste a pesar de la creciente invasión de los dispositivos electrónicos. Quien ha llegado primero, ansía ampliar su proyecto en el campo de la coherencia,encontrar nuevas soluciones en el acoplamiento del diedro de la colaboración, del acompañamiento crítico. Un acto del más puro entusiasmo por aprender haciendo, sin importar lo ruda que fuese la opinión es una suerte de epítome de la solidaridad entre pares.

Al final de este acto, los participantes desaparecen tras un proyecto que ha vencido más de una vez. Un valor de vieja escuela que no pocos extrañamos en las oficinas.

Vivienda Unifamiliar Duplex








Jun 21, 2015

Sintaxis de Wright

En el devenir de la proyección de recipientes arquitectónicos y venderlos mientras son intangibles, las palabras; cual abogado del diablo complementan el formato instructivo de las plantas, secciones y alzados. También irrumpe en el diálogo la primitiva tentación de dibujar en el aire, moldearlo como si fuese un gel transparente, trocearlo como lo hiciere con su batuta un ya sordo Ludwig Van Beethoven, o navegarlo rítmicamente, con todo el físico posible, como lo hicieran los bailarines Fred Astaire junto con Eleanor Powell. Se me ocurre que talvez la cinemática subyacente entre imágenes, no sea necesaria para decodificar el mensaje original de Frank Lloyd Wright en estos cuadros-clave. Dentro del umbral de la incertidumbre se lee entre lineas la evolución del balbuceo, apelar a recursos dinámicos creativos para relatar una historia en desarrollo que protagoniza una entidad inmóvil, importada directamente desde el subconsciente a las extremidades sin recurrir a la comodidad del gráfico. De buena fuente sabemos que las palabras indefectiblemente se esfumarán ante lo que designan.
Que esa sintaxis gesto-espacial lograse ser íntegra y legible a la percepción del destinatario, lejos de ser un sortilegio, sería un manifiesto de la más pura inteligencia.


Scarpa

Al tiempo que visitaba uno de sus proyectos en Sendai en la isla del Japón, tuvo el infortunio de mal posar su pié derecho en el peldaño sinfín de la escalera eléctrica de este centro comercial, súbitamente perdió el equilibrio, cayó rodando cual masa de estambre y hueso. Una casi inaudible trapatiesta de espanto de la traductora japonesa aletargó el silencio. Se ralentizaba el tiempo para mostrar a la víctima de la gravedad el filme mental de su recorrido previo, ciclícamente estrellaba su humanidad contra el aparato de acero revestido de vinil estriado, sentía el sabor metálico de la sangre en los labios, se fragmentaba su fémur, mientras hacía inanes esfuerzos por sostener su libreta de apuntes de obras, su omoplato se hacía pedazos, en el filme, desfilaban sus obras, rebotaba mientras su propia costilla laceraba letalmente el pulmón derecho. El recorrido hasta el final de la escalera era interminable, más no la lerda batahola de sus válvulas cardíacas. En algún momento estaba su cuerpo ya tirado al pie de la escalera, cuyas bandas seguían en movimiento. Maltrecho, quieto, con la mirada extinguida, su cuerpo no era menos que un fardo casi inerte. La aparatosa caída dejó a sus acompañantes consternados, quienes pensaban en el cómo se ciega la vida en segundos, cómo se pasa del discurso de un edificio al sepulcral silencio, de irradiar energía y señorío a la pena. Siempre hay algún iluso que piensa que esto pudo haberse evitado, cómo si el tiempo y el acto pudieran repararse, un tentador escape mental.
Cabe reconocer que su mortuorio fue no menos singular, siendo enterrado de pie, sin féretro, y envuelto en sábanas de lino al estilo de un guerrero medieval romano. Su tumba, realizada en mármol a modo de lápida horizontal con una suerte de matriz de puntos y lineas a modo circuitos convergentes a un hueco, sugieren una lectura críptica de un mundo ulterior al presente. Ésta se encuentra en un recoveco junto de la de su otrora cliente, de apellido Brion, en el cementerio de San Vito d'Altivole en Italia.
El arquitecto, genio y figura, Carlo Scarpa contaba con 72 años, 5 meses y 26 días al fallecer, mucho antes de ese 20 de Noviembre, ya era una leyenda de la arquitectura: un reconstructor de la memoria.